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Palestina/Israel/EEUU

Israelíes y palestinos o la imposibilidad de un Estado binacional

Durante la rueda de prensa que el 15 de febrero pasado el presidente Donald Trump compartió con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, indicó que se sentiría “feliz” con “una solución de dos estados o de un estado” para el conflicto palestino-israelí. La frase, aparentemente sencilla, ha despertado numerosos comentarios y expectativas, entre otros, si Estados Unidos abandona formalmente su apoyo a la creación de un estado palestino al lado del Estado de Israel. Igualmente, si sería posible que israelíes y palestinos conviviesen con igualdad de derechos en un mismo Estado.

Colonia de Givat Zeev, cerca de Jerusalén.
Colonia de Givat Zeev, cerca de Jerusalén. REUTERS/Baz Ratner/File Photo
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Durante la rueda de prensa que el 15 de febrero pasado el presidente Donald Trump compartió con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, indicó que se sentiría “feliz” con “una solución de dos estados o de un estado” para el conflicto palestino-israelí. La frase, aparentemente sencilla, ha despertado numerosos comentarios y expectativas, entre otros, si Estados Unidos abandona formalmente su apoyo a la creación de un estado palestino al lado del Estado de Israel. Igualmente, si sería posible que israelíes y palestinos conviviesen con igualdad de derechos en un mismo Estado.

La raíz del conflicto israelí-palestino es la competencia por un mismo territorio entre dos comunidades. Cada una de ellas se considera una nación. Cada una tiene, consecuentemente, un discurso o narrativa sobre por qué la denominada Palestina histórica les pertenece. Esos discursos se basan en hechos históricos, leyendas, mitos y narraciones religiosas. Entre esos factores es particularmente relevante el colonialismo y los trazados fronterizos que realizaron, en este caso Gran Bretaña y Francia. Como escribe el historiador Martin Bunton “el desafío para resolver el conflicto esencialmente es cómo definir las fronteras”.

La idea de que esas dos comunidades podrían convivir en un solo Estado, unidas bajo una misma ciudadanía es, inicial y teóricamente, interesante pero tiene muchos problemas. Y la posibilidad de que un estado con dos naciones pudiese ser una alternativa a la denominada solución de los dos Estados resulta controvertida.

Los antecedentes

La competencia violenta por Palestina se generó en el curso del siglo XX. Gran Bretaña, la potencia ocupante de Palestina desde que desplazó al Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, favoreció crecientemente la inmigración judía. Parte de esta inmigración, sumada a los refugiados que huyeron de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, se organizó militarmente y combatió contra los británicos. Londres había declarado en 1921 a Palestina un “mandato”, o sea un territorio administrado por Gran Bretaña pero que tenía la capacidad futura para independizarse. Desbordados por las guerrillas judías y la debilidad que le ocasionó la Segunda Guerra Mundial, Londres decidió abandonar Palestina en 1948 dejando el problema en manos de la recién creada Organización de las Naciones Unidas.

La ONU había elaborado en 1947 un Plan de Partición para contar con dos Estados, y una gestión internacional de Jerusalén. Se estudió también un plan para crear un estado federado, pero la idea fue desechada. El Plan fue rechazado por los países árabes. Entre 1947 y 1949 se libró la primera guerra árabe-israelí que generó alrededor de 750.000 refugiados palestinos. El armisticio dejó bajo control palestino sólo el 22% del territorio y el resto para el Estado de Israel, que fue declarado en 1948.

A partir de entonces continuaron los enfrentamientos y las guerras en 1956 y 1967. Israel consolidó su situación y desde este último año ocupó la región conocida como el West Bank o Cisjordania (o su nombre bíblico, Judea y Samaria, usado por Israel) y Jerusalén Occidental. Comenzó entonces la colonización de este territorio a través de asentamientos, y consiguiente desplazamiento de población palestina. Para los colonos esta es una misión para conquistar la tierra bíblica judía. Para los gobiernos se trata de controlar el West Bank porque provee seguridad a Israel contra posibles ataques de estados árabes.

La solución de dos estados

Una serie de resoluciones de la ONU llamando a la devolución de las tierras ocupadas, el regreso de los refugiados y el reconocimiento del Estado de Israel, por un lado, y el levantamiento palestino (Intifada de 1988), por otro, condujeron a negociaciones que desembocaron en los Acuerdos de Oslo en 1993. Estos acuerdos estaban orientados a crear progresivamente el clima que daría lugar a tratar los “temas del status final” (refugiados, Jerusalén, colonias y fronteras de un futuro Estado palestino).

Pero en vez de avanzar en esa dirección, desde entonces el enfrentamiento entre las dos partes se radicalizó. La colonización del West Bank ha proseguido y hoy viven ahí más de medio millón de israelíes. La Autoridad Palestina, creada por los Acuerdos de Oslo, es débil y administra una serie de ciudades aisladas dentro de un West Bank controlado por Israel. Entre tanto, la franja de Gaza, aislada y desconectada del West Bank, está gobernada por el movimiento islamista Hamas.

Los gobiernos de los ex presidentes Bill Clinton y Barack Obama intentaron que se llegase a acuerdos para contar con dos Estados. Esta solución podría satisfacer el deseo y necesidad de los judíos de tener su Estado y del nacionalismo palestino de contar con el suyo. La solución de los dos Estados intenta, así mismo, romper con la ambición totalizadora de los radicales judíos y palestinos que consideran que Palestina, entre el río Jordán y el Mediterráneo, les debe pertenecer en su conjunto. Esto lleva a un conflicto existencial, o sea que la vida de la comunidad misma estaría amenazada si no consiguen vivir en su tierra.

A lo largo de diversas negociaciones los parámetros para contar con dos Estados quedaron definidos en sus líneas maestras por la propuesta liderada por el entonces presidente Bill Clinton a las partes en conflicto. Esa propuesta fue, en sus líneas principales, presentada por el gobierno de Barack Obama antes de dejar la Casa Blanca.

Pero una serie de factores han impedido implementar esos parámetros. Por una parte, la creciente radicalización hacia la derecha de Israel, la debilidad (y divisiones internas) del lado palestino, y la inhibición de Washington para presionar a Israel. Por otro, los colonos han construído una infraestructura en el West Bank que no sólo sería muy difícil de desmantelar sino que bloquea la posibilidad de que un eventual estado palestino tenga continuidad geográfica. Según el Primer Ministro Benjamin Netanyahu esos parámetros han quedado obsoletos por las denominadas “realidades en el terreno”, o sea los terrenos colonizados en el West Bank.

La opción jordana

A medida que una solución de dos Estados se ha vuelto más lejana, han vuelto a renacer proyectos que en diferentes momentos del conflicto se han discutido. El primero, preconizado por algunos políticos y analistas israelíes, es formar una confederación palestina-jordana. O sea, que los palestinos que viven en el West Bank acepten trasladarse a Jordania. Esta alternativa se fundamenta en el hecho de que el 60% de la población jordana es palestina y que Jordania tuvo el control del West Bank y Jerusalén oriental entre 1948 y 1967.
Sin embargo, no tiene en consideración que los palestinos no aceptarían dejar sus tierras en el West Bank y que no reconocen a la monarquía Hachemita que gobierna Jordania. Menos aún, el gobierno y gran parte de la sociedad jordana no tiene interés en recibir a cuatro millones de palestinos en su país.

Una versión complementaria propone que la franja de Gaza se una a Egipto, dado que este país la ocupó después de la guerra de 1948. También en este caso, el gobierno y gran parte de la sociedad egipcia no tienen ningún interés en incluir en su país a los 1.8 millones de palestinos de Gaza y menos aún al grupo político-militar Hamas.

Otra variación ha sido la idea, también desechada por las partes, de contar con una confederación que integrase a Israel, Jordania y una entidad palestina constituida por el West Bank y Gaza.

La opción de un solo estado

La idea de contar con un solo Estado para las dos comunidades surgió en la década de 1920 cuando un grupo de intelectuales judíos europeos asentados en Palestina consideró que sería la forma más justa y práctica de contar con un estado judío sin despojar a los palestinos de sus tierras.

La binacionalidad ha estado presente en el debate israelí, especialmente promovida por intelectuales sionistas liberales y de izquierda, pero generalmente siempre fue marginada. Desde los años 1990 prestigiosos intelectuales palestinos y judíos, como los fallecidos Edward Said y Tony Judt, abogaron en favor de la solución de un solo estado con iguales derechos ciudadanos para todos los habitantes. La investigadora sudafricana Virginia Tilley presentó también en Palestina/Israel: un país, un estado, argumentos pragmáticos en favor:

“(l)a solución de un solo Estado no se puede descartar, por abrumadores que puedan parecer esos obstáculos, porque no queda ninguna otra posibilidad. Un Estado palestino viable se ha hecho imposible. La base territorial es insuficiente, los asentamientos judíos y las aldeas palestinas están muy próximas, formando un mosaico intrincadísimo, y las dos economías están ya fusionadas en una sola, ligada inextricablemente por los recursos comerciales, de mano de obra y recursos naturales”.

Ante el hecho de que Israel se opone a que exista un Estado palestino, Sari Nusseibeh, Presidente de la Universidad Al-Quds, en Jerusalén, propuso, controvertidamente, en 2011 en su libro What is a Palestian state worth? que Israel anexione el West Bank pero a cambio de permanecer como estado judío le concediese a los palestinos plenos derechos civiles con la excepción de ocupar cargos públicos.

De esta forma el Estado sería judío pero el país se convertiría en binacional y los palestinos tendrían una vida mejor que la que sufren bajo la ocupación. Nusseibeh basó su propuesta en una reflexión político-filosófica que relativiza lo que considera la mitología nacionalista de contar con un Estado, especialmente cuando se la pone por delante de la vida y el bienestar de las personas.

En Israel hay 8.209.947 habitantes. El 75% son judíos, el 21% son árabes y el 4% de otros orígenes étnicos. La población palestina que habita en el West Bank, Gaza, Jerusalén Este e Israel suma 5.3 millones de personas. En el West Bank viven 2.800.000. Los proyectos de contar con un solo Estado, especialmente desde la derecha israelí, no contemplan incluir a Gaza.

En la última década una serie de políticos de la derecha israelí han planteado la cuestión, indicando que ante la realidad de las masivas colonias en el West Bank, el desgaste económico y social que produce la ocupación militar israelí sería estratégicamente inteligente integrar progresivamente a los palestinos como ciudadanos con derechos civiles limitados. La idea de fondo es que ante la imposibilidad de contar con su Estado los palestinos asuman, en dos o tres generaciones, que es más beneficioso integrarse como ciudadanos de segunda categoría en Israel que proseguir con su lucha nacionalista.

Por su lado, dentro de la población palestina ha crecido la visión que, en vez de reivindicar un Estado que parece imposible de lograr, se debe luchar por la igualdad de derechos dentro de Israel. Los árabes israelíes, o sea ciudadanos de Israel con identidad árabe, que suman 1.658.000 personas, ven esta opción con gran interés. Según una encuesta realizada al final de 2016 en los territorios ocupados por el Palestinian Center for Policy and Survey Research, dos tercios de la opinión pública palestina considera que la solución de los dos Estados no es viable. A la vez, 36% de los entrevistados están en favor de luchar por esa igualdad de derechos dentro de Israel.

La pesadilla

Para la mayor parte de los ciudadanos judíos este escenario, sin embargo, es una pesadilla. El crecimiento demográfico palestino es visto como una amenaza. La tasa de natalidad palestina en los territorios ocupados es del 4.1 frente a 3.2 en Israel. Contar con un estado democrático con igualdad de derechos civiles y políticos podría llevar a que en un futuro no muy lejano los palestinos fuesen mayoría y controlasen el poder político. Los israelíes pasarían a ser minoría y esto no les resulta aceptable. Aunque no se llegase a esa situación, como indica Michel Warschawski, “(P)ara crear una identidad ciudadana única, habría que desarrollar un proyecto republicano y laico. La definición de Israel como Estado judío es contradictoria con este objetivo”.

Hace pocos días, el ministro israelí de Defensa, el ultraderechista Avigdor Liberman indicó, ante la declaración de Trump acerca de las posibles soluciones, que la única opción que ve, con el fin de preservar el carácter judío de Israel es la de dos Estados, algo que ha combatido durante los últimos años. Pero introdujo el matiz de que debería implementarse con transferencias de población de modo que dentro del estado judío hubiese la menor cantidad posible de palestinos.

Ni la solución de los dos o de un Estado parece posible en el medio plazo, y las dificultades que presentan ambas opciones difícilmente permitirán que el presidente Trump se sienta “feliz”.

Mariano Aguirre es analista de política internacional. Senior Advisor en el Centro Noruego para la Resolución de Conflictos. Los artículos publicados aquí representan la opinión personal del autor.

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