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Francia

Se desinflan los Chalecos Amarillos

Divididos, escasos y desordenados, los manifestantes que exigen al gobierno de Macron mejorar el poder adquisitivo en Francia, protagonizaron este sábado lo que quizás sea la última protesta de un movimiento que va en caída libre. 

El ministerio del Interior francés contabilizó 66.000 manifestantes en toda Francia, la mitad de los que salieron a las calles la semana pasada.
El ministerio del Interior francés contabilizó 66.000 manifestantes en toda Francia, la mitad de los que salieron a las calles la semana pasada. Andreina Flores/RFI
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Son las 10 de la mañana del sábado 15 de diciembre y apenas se ven algunos destellos amarillos en los Campos Elíseos, escenario de las últimas batallas entre manifestantes y policías. A esta misma hora, hace dos semanas ya el gas lacrimógeno inundaba la avenida más importante de Francia y se contaban al menos 45 detenidos. En contraste con las cuatro jornadas previas de intensas protestas, este llamado “Acto V” comienza más bien flojo.

No es de extrañar, las circunstancias han cambiado.

Primero, el presidente Emmanuel Macron, blanco de ataques y rechazo desde el 17 de noviembre, apareció en televisión nacional el pasado lunes para hacer un mea culpa (para muchos, con un toque melodramático) y anunciar varias medidas económicaAumento del salario mínimo en 100 euros, desfiscalización de las horas extra de trabajo, suspensión de impuestos a jubilados que reciban menos de 2000 euros al mes y una “sugerencia” de un bono de fin de año, otorgado por las empresas que puedan pagarlo.

Esto, sumado a la suspensión del impuesto a los combustibles que se pretendía aplicar a partir del año 2019 y que fue justamente la gasolina que encendió la crisis.

En este contexto en el que los Chalecos Amarillos se muestran divididos - unos satisfechos y otros hambrientos de más - la jornada de protesta avanza de manera desordenada. Hay focos de manifestaciones en la plaza de La République, los Campos Elíseos y ante el majestuoso edificio de la Ópera de París. Nadie sabe nada, nadie dirige nada.

Américo Gómez, francés de origen español de unos 60 años, dice sentirse cercado por la policía frente a la Ópera de París:

“No es que seamos menos. Es que no podemos salir de aquí. Estamos encerrados como vacas. En los Campos Elíseos hay más gente. No quieren que vayamos hasta allá y nos reunamos todos. Pero nosotros lo lograremos.”

El dispositivo de seguridad también ha sido reducido. Si el sábado pasado salieron a las calles 89.000 efectivos policiales, hoy hay 69.000. Si en toda Francia se contaron 125.000 manifestantes hace una semana, hoy se ve la mitad: 66.000.

Sin embargo, los Chalecos Amarillos que permanecen en la calle se atreven a pedir más: un aumento del salario mínimo de al menos 300 euros (que lo elevaría a unos 1800 euros mensuales), la aplicación del llamado Impuesto a la Fortuna, para gravar a los capitales más grandes instalados en Francia, una reducción considerable de impuestos al ciudadano común y la activación del llamado Referéndum de Iniciativa Ciudadana, que permita a los franceses pedir una modificación de la Constitución, reclamar la derogación de una ley, revocar a un funcionario del Estado o proponer leyes.

También encontramos a Katy, una mujer de unos 40 años, vestida de chaleco amarillo, elevando una pancarta que denuncia “la dictadura de Macron”:

“Estamos en una completa dictadura porque no tenemos el derecho de marchar, no tenemos libertad de expresión, el pueblo no es escuchado. Los policías nos encierran, no podemos salir de la zona, no podemos ir a donde queremos ir. ¿Somos menos hoy? Pues sí, pareciera. Pero bueno, también son las fiestas de Navidad… somos un poco menos.”

Menos en número y menos en ímpetu. En París, a la policía hoy le basta avanzar sólo unos pasos para hacer retroceder a los Chalecos Amarillos. La nube de gas lacrimógeno ya no es necesaria. Los cañones de agua permanecen quietos. No hay bolas de goma que destrozan caras y revientan ojos. Tanto mejor.

Tampoco se viven los destrozos de otras jornadas. Los llamados “casseurs” (rompedores/vándalos) que partieron vitrinas, incendiaron vehículos y sembraron el caos en días pasados, hoy no se dejan ver. No hay suficientes manifestantes en la calle para mezclarse sin ser detectados. La protesta en sus diferentes escalas, se desinfla.

El frío también juega en contra, hay que decirlo. Durante todo el día, se registró en París una temperatura de 2 grados centígrados, que comenzó a sentirse mucho más helada con el correr de las horas. La lluvia de la tarde, convertida en hielo sobre la acera, hizo el resto. Una valiente cafetería cerca de la Ópera abrió sus puertas a medias para servir croissants calientes y cappuccino. Cinco minutos después, era difícil decir si había más Chalecos Amarillos dentro del café que afuera en la calle.

Al final, la situación se calma de tal manera que manifestantes y policías comienzan a jugarse bromas entre ellos. Se ríen e incluso se despiden afectuosamente.

Saben que no volverán a enfrentarse en lo que queda del año. El próximo fin de semana ya será navidad y las protestas no podrán competir con el deseo de calma y recogimiento.
El chaleco amarillo, al parecer, deberá dormir en el armario hasta 2019.

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