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Análisis / Estados Unidos

¿Un poder militar en la Casa Blanca?

A siete meses de haber asumido la presidencia de Estados Unidos la situación de Donald Trump se complica. Su popularidad es muy baja, no ha logrado ningún éxito político en el Congreso, parte de su equipo es investigado judicialmente, y empieza a tener disidencias en el Partido Republicano. Pese a ello, su base electoral compuesta especialmente por blancos nacionalistas se mantiene invulnerable. En este escenario un grupo de militares toman posiciones de poder en la Administración.

El presidente de Estados Unidos Donald Trump, el 30 de agosto de 2017 en Misuri.
El presidente de Estados Unidos Donald Trump, el 30 de agosto de 2017 en Misuri. Reuters
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Desde que Trump llegó a la Casa Blanca cinco de sus asesores civiles más cercanos han perdido sus puestos (Michael Flynn, Sean Spicer, Reince Priebus, Anthony Scaramucci y Stephen Bannon). Trump maneja la política como si fuese un periódico sensacionalista o un espectáculo televisivo. Las disputas entre miembros de su gabinete, las sucesivas renuncias y destituciones son vistas como síntomas de falta de gobierno por los Demócratas y parte de los Republicanos. Pero para sus seguidores no se trata de crisis, sino de sagas y episodios de una serie de televisión, en la que Trump termina siempre triunfador.

El Presidente gobierna para el sector que lo votó, y utiliza las críticas, ataques e investigaciones judiciales contra él y su entorno como confirmaciones de la lucha entre “el pueblo” al que dice representar con su proyecto de America first, y los liberales que, según su discurso, quieren destruir a Estados Unidos.

Para alimentar a su base social, Trump continúa repitiendo y poniendo en marcha las consignas de la campaña electoral –especialmente sobre construir “el muro” de separación con México, expulsar inmigrantes indocumentados, prohibir que los transexuales sirvan en las fuerzas armadas, abandonar los tratados de libre comercio, y anular las medidas de protección medioambiental que adoptó la administración de Barack Obama. Y como parte de ese plan sigue celebrando actos políticos y mandando tweets como si todavía estuviese en la disputa por la Casa Blanca.

El poder militar

Mientras el Presidente está centrado en cultivar su base electoral ha debilitado dramáticamente al Departamento de Estado (el equivalente de Ministerio de Exteriores o Cancillería en otros países) al tiempo que el desprestigio de Estados Unidos ha crecido en el mundo. Ante la situación de descontrol interno y falta de legitimidad externa, un grupo reducido de oficiales y ex oficiales de las fuerzas armadas se están desplazando de gestionar crisis internacionales, como la de Corea del Norte, a tratar de manejar la agenda doméstica del Presidente.

Dada la falta de experiencia e imprevisibilidad de Trump, los militares emergen como actores pragmáticos, y en varios casos más moderados frente a la retórica agresiva del Presidente. A la vez, tienen su propia agenda e intereses. Por ejemplo, han convencido a Trump sobre aumentar el número de efectivos de Estados Unidos en Afganistán, una vuelta atrás a una política que durante una década ha costado miles de millones de dólares, centenares de vidas y no ha dado ningún resultado en consolidar un estado viable en ese país. Por otro lado, han matizado las impulsivas declaraciones del jefe del Estado sobre usar la fuerza en Venezuela o contra Corea del Norte.

El Jefe de Gabinete de la Casa Blanca es John Kelly, también un ex general de los Marines y ex jefe del Comando Sur. Su misión (posiblemente de acuerdo con la jerarquía de las fuerzas armadas que tiene cada vez más poder) es poner orden en el día a día del Presidente y limitar el poder de los elementos más extremos (por ejemplo el ultradechista Stephen Bannon). Sin embargo, como indica John Cassidy en The New Yorker, el problema es que “Trump es Trump” y eso no podrá modificarlo. Las apuestas en Washington son por cuánto tiempo el Presidente soportará que Kelly intente controlarlo.

Un triunvirato militar

Pero es precisamente debido a su carácter imprevisible y falta de criterio que un grupo de militares estarían haciéndose cargo del gobierno para no perder la oportunidad de guiar al país en una senda conservadora al tiempo que reestablecen el liderazgo perdido en el contexto internacional.

Citando a un asesor de Trump, el New York Times indicó la semana pasada que el general Kelly “representa una especie de golpe de gestión por parte de ‘un triunvirato’ formado por dos poderosos generales retirados –el mismo Kelly y el secretario de Defensa Jim Matthis--, y el todavía en servicio activo y asesor de seguridad nacional teniente general H.R. McMaster”.

militares están tratando de poner orden en la Casa Blanca, expulsar los elementos más extremos y racionalizar la forma en que el Presidente se comunica con su base electoral o se dirige a sus enemigos políticos. En grandes líneas, los miembros de las fuerzas armadas estarían desempeñando el papel de preservar al gobierno del caos por un sentido de deber, pero oficiando como conservadores tradicionales frente a la base ultraderechista de Trump. El Washington Post editorializó el 16 de agosto indicando que hay que estar agradecidos a estos militares por su labor.

Estratégicamente, el “triunvirato militar” podría llegar a establecer una alianza con sectores del Partido Republicano que vieron en la victoria de Trump una oportunidad para su agenda conservadora, pero que ahora temen que pueda hundirles.

La presidencia de Trump está poniendo al sistema democrático de Estados Unidos ante el dilema de ser regido en su cúpula por un autócrata o por un triunvirato militar, o por una mezcla de los dos. Un fuerte desafío para el Congreso y las otras instituciones del país.


Mariano Aguirre es autor de Salto al vacío. Crisis y declive de Estados Unidos (Icaria editorial, Barcelona, 2017).

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