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Análisis

Trump, Europa y el orden liberal

¿Debe prepararse Europa para caminar sola, sin el socio hegemónico que tradicionalmente le ha brindado seguridad desde la Segunda Guerra Mundial? Al final de su viaje por Oriente Medio y Europa el presidente Donald Trump ha puesto la alianza europea-estadounidense en duda. No ha reafirmado sus compromisos esenciales con la OTAN al tiempo que ha anunciado que retira a su país del Acuerdo de Paris sobre protección ambiental. Las alarmas sobre el fin del orden liberal internacional han vuelto a sonar.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Washington, el 1 de junio de 2017. REUTERS/Kevin Lamarque
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Washington, el 1 de junio de 2017. REUTERS/Kevin Lamarque REUTERS/Kevin Lamarque
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El primer largo viaje del presidente Donald Trump empezó en Oriente Medio, donde cortejó a Arabia Saudita y a Israel, al tiempo que utilizó un peligroso lenguaje de agitación contra Irán, algo que alegró inmensamente a la monarquía del primer país y al gobierno de ultraderecha del segundo.

Luego continuó por el Vaticano donde mantuvo una entrevista fría y de cortesía con el Papa Francisco antes de dejar saber en Italia a los otros miembros del G7 que no pensaba apoyar el acuerdo de París sobre la reducción de emisiones contaminantes en el planeta.

Para completar el círculo, en Bruselas desconcertó a los miembros de la OTAN cuando fue sobre explícito en que deben pagar más por su contribución a la Alianza Atlántica al tiempo que fue poco claro sobre cumplir con el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte que dice que un ataque sobre uno de los miembros supone una agresión sobre todos. Una clara descortesía hacia aliados que con motivo del 11 de septiembre de 2001 activaron ese Artículo por primera vez.

La falta de claridad es particularmente preocupante debido a las sospechosas conexiones que miembros de su equipo electoral, de gobierno, de sus empresas y de su familia han tenido con Rusia en los últimos años. Varias investigaciones están abiertas en Washington sobre esas conexiones, para deleite del gobierno ruso. Aunque no lleven a ninguna parte abren muchos interrogantes sobre las afinidades y, en todo caso, búsquedas de vínculos con Rusia que Trump y su entorno han intentado.

No se debe descartar que el objetivo obedezca a la idea simplificadora y empresarial del Presidente de alcanzar un acuerdo con Putin, de “hombre fuerte a hombre fuerte” y volver a la era de la Guerra Fría cuando el mundo estaba de alguna forma dividido entre Moscú y Washington, aunque esta vez habría que repartirlo también con China. Si es esa es la idea de Trump, pierde de vista que el mundo es considerablemente más complejo, y resulta lógico que los europeos se sientan marginados de su visión.

¿Adiós a Washington?

Los desplantes de Trump llevaron a la Canciller alemana Angela Merkel a indicar que quizá ha llegado el momento que Europa deje de “apoyarse en otros” y se prepare para un escenario futuro sin el Reino Unido (debido al Brexit) y sin Estados Unidos. Amigos puede ser, vino a decir, pero no aliados. Su mensaje fue claramente orientado a ganar espacio a los social-demócratas en el medio de la campaña electoral de Alemania, pero refleja tres realidades.

La primera, que desde 2003 cuando Francia y Alemania no apoyaron a Estados Unidos en su invasión a Irak, la tensión entre estos dos países ha sido subyacente. Francia está lejos hoy de las posiciones hacia Washington que tuvo el general Charles De Gaulle en la década de 1960, pero el Presidente Emmanuel Macron tiene que jugar la carta crítica hacia Estados Unidos para dar algo a la izquierda y a la derecha populista. Por su parte, Alemania tiene gran poder económico y liderazgo como para plantearse con Washington una relación de amistad pero que si las cosas siguen mal termine en cierta distancia.

La segunda, es que más allá de que Europa quiera o no tomar su futuro en sus manos, sin siempre esperar al líder hegemónico, el gobierno de Trump refleja a una parte sustancial del electorado de su país que no sólo quiere distanciarse de los europeos sino que los ve como una carga.

Y la tercera, que Europa ha seguido a Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial tanto en sus proyectos económicos como en sus aventuras de seguridad. Pero ahora los gobiernos europeos ven con preocupación que la adhesión a políticas neoliberales promovidas por Washington, y la integración en la globalización económica ha producido fracturas sociales que dan lugar al ascenso de populistas de derechas.

Igualmente, las aventuras de Washington en el campo de la seguridad, en Afganistán e Irak, la falta de liderazgo en Siria, y la parcialidad en favor de Israel en el conflicto árabe-israelí (y ahora la inclinación de Trump hacia los gobiernos suníes), no han hecho otra cosa que traerle a Europa problemas y ningún beneficio.

Limitaciones a la salida del Acuerdo

La semana pasada Trump anunció que Estados Unidos abandona el Acuerdo de París. La justificación fue confusa, tanto en los datos dudosos y falsos que utilizó, como en el supuesto beneficio que traerá para la industria de su país, y en la demagógica e inexacta explicación emotiva al pretender confundir París con los más de 180 estados que lo han firmado.

Igualmente, planteó de forma exagerada que el Acuerdo de París impone fuertes restricciones sobre el sector industrial estadounidense en comparación con las que deberían cumplir China y otros países. En efecto, China es el mayor contaminante del mundo, con Estados Unidos en segundo lugar, pero se ha comprometido a un plan de reducción. De hecho, ante el anuncio del gobierno de Estados Unidos de congelar su proyecto de reducción, China y la Unión Europea hicieron público un programa conjunto de disminución de emisiones.

La realidad es que el Acuerdo de París no obliga a sus estados parte a cumplir estrictamente con un plan, sino que se trata de un compromiso voluntario. Si no se cumple no hay una verdadera sanción excepto que un determinado estado puede ser criticado por otras partes o, eventualmente, se pueden tomar medidas (por ejemplo, boicots económicos) que difícilmente nadie tomaría contra Estados Unidos.
Por otro lado, la salida no se producirá hasta dentro de tres años con uno de prórroga, cuando habrá elecciones en Estados Unidos. Otro presidente en la Casa Blanca podría revertir la orden. A esto se suma que diversos estados, como California, han anunciado que no respetarán la directiva del Presidente y continuarán con planes para reducir la producción de carbón y petróleo por energías alternativas. Estas últimas han ganado espacio entre sectores empresariales.

Pero Trump está menos interesado en estos detalles que en satisfacer al sector ultraconservador que votó por él, y que cree firmemente en que los acuerdos y tratados de los que Estados Unidos forma parte son las fuentes de sus desgracias. En este marco se entiende la disminución de fondos que su gobierno está planteando para la diplomacia (recortes en el Departamento de Estado) y la ayuda internacional al desarrollo, al igual que el recorte planificado en las contribuciones a las Naciones Unidas y haber congelado la integración de Estados Unidos en el tratado de libre comercio del Pacífico.

Por otra parte, el anuncio de abandonar el Acuerdo de París parece también un intento de desviar la atención de las críticas e investigaciones que están recibiendo miembros de su gabinete y su equipo por las vinculaciones con Rusia.

La relación con la OTAN

La crítica y reserva hacia el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte tiene también un contenido demagógico. Trump no es el primer presidente de Estados Unidos que indica que los aliados europeos deben aumentar su contribución. De hecho, es algo que también pide el secretario general Jens Stoltenberg y que están haciendo algunos gobiernos.

Pero aunque ese aumento se lleve o no a cabo, Estados Unidos no ha dado ningún signo de salirse de la OTAN. En todo caso, plantea dudas sobre las acciones en que comprometería tropas y liderazgo, especialmente si se tratase de una confrontación con Rusia, pero de una forma ambigua y tan poco clara como en otras políticas y declaraciones de Trump.

Por otro lado, tampoco Europa va a formar un bloque europeo de defensa. Desde hace tres décadas los gobiernos europeos han discutido esa opción sin llegar a materializarla, y no lo van a hacer ahora. Como escribió recientemente la comentarista alemana Anna Saurbrey en el International New York Times, las relaciones se encuentran en un momento difícil, pero ni Europa va dejar de apoyarse en Estados Unidos en cuestiones de seguridad y defensa, ni Washington va a dejar de ser parte de la Alianza Atlántica. Pero el problema, indica, es que Trump ha abierto la puerta a una falta de confianza mutua.

En una dirección similar, el semanario The Economist editorializó al final del viaje de Trump indicando que las alianzas internacionales se han visto debilitadas debido a la “confusión y negligencia, así como a la premeditación destructiva” que ha practicado el presidente estadounidense. Su estilo basado en la confrontación, añadió, “hace muy difícil para los aliados mantener el status quo”.

Por el momento, Trump está tomando medidas que impactan sobre los sectores y los temas más débiles de la sociedad y el estado: los inmigrantes, los refugiados, la tercera edad que perderá beneficios médicos, los programas de salud reproductiva; el medio ambiente, la cultura y la investigación científica. Ello producirá decenas de miles de víctimas sociales, pero no alterará el orden económico y de seguridad. El descenso de impuestos para las corporaciones, la eliminación de impuestos y medidas ambientales, y la incorporación en su gabinete de grandes empresarios son signos claros de su orientación, al igual que la designación de altos cargos militares en puestos de la Secretaría de Defensa.

¿El fin del orden liberal?

El gran interrogante que muchos analistas se plantean es si Trump está desestabilizando el orden liberal económico y de seguridad que se edificó después de la Segunda Guerra Mundial. Ese orden tenía a Estados Unidos como pilar hegemónico, a Europa y Japón como principales aliados, y al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional como mecanismos financieros. Con el tiempo se añadieron los foros de países industrializados, hoy materializado en el G7.

En efecto ese orden se ve desafiado por el ascenso de potencias como China y (aunque ahora algunos de ellos se encuentren en crisis) los denominados emergentes: Brasil, India, Sudáfrica, así como Indonesia y Corea del Sur, entre otros. Igualmente, el resurgimiento de Rusia y sus intentos de ser reconocida como una gran potencia que desafía a Estados Unidos y Europa es un factor de gran peso.

El orden liberal se ha visto, además, alterado desde 2008 por la crisis financiera. Ésta ha generado una serie de crisis políticas y, especialmente, una deslegitimación de la democracia, del modelo económico neoliberal, y un ascenso de sentimientos nacionalistas y populismos de derechas entre sectores que se sienten marginados por la globalización económica.

Como indica un informe del centro británico Wilton Park, actualmente el orden liberal internacional “luce menos liberal, menos ordenado y menos internacional”. Pese a ello, se trataría de un período de transición y de cambios pero sin que se vislumbre un orden alternativo.

Si esta prospectiva es correcta debe ser puesta en relación con el hecho que Estados Unidos se encuentra en una seria crisis interna y de legitimidad externa. Esto podría suponer, como se está viendo con Trump, el fin de su capacidad de liderar. De ser así, las palabras de la Canciller Merkel sobre que Europa debe prepararse para operar sin Estados Unidos quizá son algo más que retórica electoral.


Mariano Aguirre es analista de política internacional y autor de Salto al vacío. Crisis y declive de Estados Unidos (Icaria Editorial, Barcelona, 2017).
 

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