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Estados Unidos/Elecciones

El presidente electo no aplicará la retórica radical del candidato

Detrás del lema de campaña de Trump ‘Make America great again’ (Hagamos que EE.UU. sea grande de nuevo) hay un reconocimiento de que el país vive una crisis interna y de credibilidad internacional. En el campo de la relación de Estados Unidos con el mundo Trump será menos radical que su retórica durante la campaña.

Partidarios de Trump en Greenwood Village, Colorado, 8 de noviembre 2016.
Partidarios de Trump en Greenwood Village, Colorado, 8 de noviembre 2016. Jason Connolly / AFP
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Por Mariano Aguirre *

Con Donald Trump en la Casa Blanca y el partido republicano con mayoría en el Congreso y el Senado Estados Unidos entrará internamente en una etapa de negociaciones y confrontaciones. El nuevo presidente tendrá que negociar con el Partido Republicano tanto la agenda conservadora como las formas institucionales de ejercer el poder.

Por otro lado, se agravarán los choques culturales y legales entre los sectores modernos y los conservadores en la sociedad estadounidense, especialmente alrededor de cuestiones como el papel de la mujer, los derechos de las minorías, y la educación.

Internacionalmente Trump moderará las propuestas que hizo durante la campaña con una tendencia más aislacionista que su predecesor. En general habrá continuismo y aceptación que Estados Unidos ha perdido influencia global.

Trump necesitará a los republicanos

Aunque Trump ha insistido que gestionará el país como un empresario, el día que llegue a la Casa Blanca encontrará que la maquina política y especialmente la institucional son mucho más complejas que manejar (de forma dudosa) casinos, negocios inmobiliarios o concursos de belleza.

Gestionar el estado, y especialmente uno de la dimensión y complejidad federal de Estados Unidos, requiere la experiencia y el conocimiento que sólo le podrán ofrecer técnicos, funcionarios y políticos del Partido Republicano que llevan muchos años en ese campo.

Posiblemente en las próximas semanas Trump y el aparato del Partido Republicano se sentarán a negociar. El tendrá la fuerza de haberles derrotado, incluso aunque muchos de sus líderes se manifestaron en su contra. Pero ellos tienen la experiencia sin la que Trump puede convertirse en un total fracaso en menos de un año.

Si el nuevo presidente tiene un mínimo de cordura, algunos asesores con visión, y modera su egocentrismo, aceptará esa negociación. Pero, al mismo tiempo, el Partido Republicano está fragmentado entre los liberales conservadores (en declive) y los radicales social conservadores (en ascenso hasta que Trump les desplazó).

Razones del triunfo

Trump tendrá por delante el desafío de definir una agenda política y no será tarea sencilla. La sociedad estadounidense está profundamente dividida y polarizada. La mayor parte de sus votantes tienen variados intereses derechistas y conservadores, muchos de ellos muy extremos.

El futuro presidente prometió cosas imposibles, como construir un muro en la frontera con México o prácticamente cerrar el país a los musulmanes. Pero especialmente ha creado altas expectativas entre la clase trabajadora no cualificada a los que difícilmente les podrá conseguir empleo.

Para ello tendría que cambiar radicalmente el paradigma económico del país, empezando por una potente inversión estatal y una reforma fiscal que afecte a las corporaciones y la élite económica y financiera. Igualmente, ha prometido una toma simbólica del poder en Washington que es tan irreal como imposible. Como ocurre a los políticos que agrandan la base política con promesas vagas, habrá muchos grupos pidiendo cuentas en pocos meses.

El triunfo de Trump se debe, primero, al descrédito de la clase política y al profundo sentimiento de abandono que tiene una gran parte de la sociedad estadounidense hacia los políticos demócratas y republicanos, al igual que hacia símbolos del sistema liberal (como los medios de prensa tradicionales y el mundo académico).

Una serie de estudios sociológicos indican que una alta proporción de ciudadanos consideran que el sistema económico y laboral funciona por conexiones en la élite y no por méritos. Trump jugó la carta de presentarse como un externo (un outsider) de la política, y un hombre-hecho-a-sí-mismo.

Segundo, al apoyo del hombre blanco no diplomado universitario, trabajador industrial o rural ahora desempleado o en un trabajo peor pagado que hace una o dos décadas atrás. Ese hombre ha visto como su fábrica cerraba y el capital se invertía en China u otro país con mano de obra más barata.

Ese hombre medio blanco además constata, al igual que otros sectores, que ya no puede garantizar que sus hijos vayan a tener una vida mejor. Hasta hace tres décadas era normal que cada generación viviese mejor. Esa tendencia se ha revertido desde los años 1980 y se identifica con la entrada de Estados Unidos en la globalización económica (diferentes de la hegemonía que tenía al final de la Segunda Guerra Mundial), los acuerdos de libre comercio (abanderados por el ex presidente Bill Clinton).

Tercero, a la percepción de amenaza de los valores tradicionales en la vida familiar y comunal. Frente a la desindustrialización, el desempleo y la globalización, millones de personas se han aferrado a los valores tradicionales, especialmente religiosos, pasando a rechazar desde las leyes sobre el aborto, la igualdad de derechos de ciudadanos con diferentes identidades sexuales, las explicaciones científicas sobre el surgimiento del universo (frente a la idea que se trata de un “gran diseño” de Dios) hasta los intentos de regular la tenencia privada de armas.

Igualmente, se han cerrado en sus comunidades de afinidad cultural y religiosa frente a un mundo exterior que perciben agresivo hacia Estados Unidos (el jihadismo) y que compite por puestos laborales (los inmigrantes). Pese a la movilización de la población latina para votar contra Trump, este pudo movilizar a los votantes blancos que se sienten desposeídos.

La mujer, campo de batalla

En el campo de los valores y los cambios culturales el papel de la mujer ha ocupado un papel central en las elecciones. Hillary Clinton y Michelle Obama (en los últimos tramos de la campaña) representan a la mujer estadounidense moderna que ocupa un lugar relevante en el terreno laboral y social.

Cada año hay más mujeres que hombres graduadas universitarias, en las fuerzas armadas ya pueden llegar al puesto de General y en el 40% de los hogares con niños son ellas las que aportan el único ingreso. Entre las mujeres con altos niveles de ingreso se manifiesta una tendencia a organizar su vida sin necesariamente casarse.

Estos datos van unidos a la percepción de esos trabajadores blancos no cualificados que sienten que ya no pueden sostener a una familia. El sociólogo Andrew Cherlin, de la John Hopkins University, indicó esta semana al semanario Time, que estas son unas elecciones sobre la crisis de la masculinidad, y acerca de “la pérdida de trabajos que permitía a los hombres sentirse exitosos”.

La economía, dice, “no solamente ha hecho descender sus ingresos, sino su autoestima. Ya no pueden triunfar en los campos que los hombres se supone que deben hacerlo”.

Trump, su esposa Melania y su hija Ivanka encarnan (con un decorado de espectáculo televisivo) precisamente lo opuesto. Con sus aparentemente desmedidos insultos a las mujeres profesionales (a periodistas y políticas) y su forma vulgar de dirigirse a antiguas aspirantes en concursos de belleza, el futuro presidente envió un poderoso mensaje a los hombres blancos despechados.

Pero también a las mujeres que bien fuese por ser conservadoras, por educación o por falta de oportunidades rechazan un papel moderno para ellas. El mensaje ha sido que “los hombres son hombres” y las mujeres tienen que volver a su papel tradicional (madres, esposas, hijas). Fuera de ellos son oportunistas o “busconas” que tratan de aprovecharse de los hombres, tal como las presentó a las que le acusaron de acoso sexual en las últimas semanas.

Aunque Trump intente moderar su mensaje y sus formas políticas, se incrementarán los choques entre la modernidad y el conservadurismo en numerosos terrenos. El Tea Party, los racistas supremacistas y otros grupos derechistas sienten hoy que han llegado a la Casa Blanca. Y comenzarán a movilizarse si en pocos meses sus políticas no son puestas en marcha.

Posible continuismo

El ahora presidente electo ha prometido que Estados Unidos volverá a ser “grande”. Detrás de ese llamamiento hay un reconocimiento que el país se encuentra en crisis, interna y de credibilidad internacional. En el campo de la relación de Estados Unidos con el mundo Trump será menos radical que su retórica durante la campaña.

Tanto los grupos de presión, think-tanks, funcionarios, ex diplomáticos y mandos de las fuerzas armadas influirán para que su política oscile entre el continuismo con el gobierno de Obama y quizá mayor confrontación con Rusia. Sus avisos a los aliados de la OTAN y a Japón tendrán que pagar más por la defensa común quedarán en segundo plano. Difícilmente Trump cambie la política de no intervención militar directa en Siria y otros países, manteniendo la tendencia a usar asesores militares y operaciones con aviones no tripulados.

Aunque Trump ha dicho que Estados Unidos abandonaría los grandes acuerdos de libre comercio, difícilmente lo hará. Podría verse tentado a cancelar la firma del acuerdo de París sobre cambio climático, pero se inclinará por retrasar su implementación.

Otra de las promesas que hizo fue revertir el acuerdo alcanzado en 2015 entre Estados Unidos, Rusia, Francia, el Reino Unido, China y Alemania con Irán sobre su programa nuclear. Difícilmente Washington podría dar pasos atrás sin arruinar sus relaciones con esos países. A la vez, los servicios de inteligencia y las fuerzas armadas seguramente le indicarán que el acuerdo con Teherán es beneficioso para la seguridad de Estados Unidos.

Dos cuestiones que preocupan a América Latina son su intención manifiesta de levantar un muro en la frontera con México y bloquear la reapertura de relaciones de Estados Unidos con Cuba. El muro quedará convertido en políticas más restrictivas para la migración y el proceso con Cuba continuará, aunque quizá a un ritmo más lento.

Entre tanto, el gobierno venezolano podría recibir presiones más fuertes para negociar con la oposición, pero en ningún caso Trump se embarcará en políticas intervencionistas de corte militar.

La presidencia de Trump será menos dramática de lo que parece. En realidad, el mayor problema es que con su retórica inflamatoria ha acelerado la polarización al tiempo que carece de las políticas y la capacidad para poder gestionar al país en su compleja transición desde líder hegemónico a potencia en crisis.

* Mariano Aguirre es senior advisor en el Centro Noruego de Resolución de Conflictos (NOREF), en Oslo.

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