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Las elecciones en Estados Unidos proyectan un país desestructurado

El próximo 8 de noviembre se celebran elecciones decisivas para Estados Unidos. El país se enfrenta a una grave polarización política producto de la profunda brecha que provoca la desigualdad y la desafección de una considerable parte de la sociedad hacia los políticos, sean del partido demócrata o republicano.

Donald Trump y Hillary Clinton en uno de los momentos de su segundo debate televisivo
Donald Trump y Hillary Clinton en uno de los momentos de su segundo debate televisivo REUTERS/Lucy Nicholson
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Posiblemente el mayor drama de la política estadounidense sea que tanto Hillary Clinton como Donald Trump tienen muy bajos índices de popularidad. Mucha gente votará por el segundo por rechazo a la primera; y otros se inclinarán por ella como opción menos mala frente a él.
Este descrédito de los políticos se explica porque millones de ciudadanos tienen la percepción de que los dos partidos les han traicionado y no han defendido sus intereses. Desde el año 2000 el ingreso medio de los estadounidenses ha descendido mientras que los beneficios de dueños y gestores de grandes empresas y su círculo más cercano han crecido. Esta es la élite que se ha integrado en la economía global y tiene sofisticados mecanismos para evadir impuestos.

Desde la presidencia de Ronald Reagan (1981-1989) los republicanos apostaron por el modelo neoliberal, promoviendo la desregulación, disminuyendo el papel del Estado y acelerando la libre competencia. El presidente demócrata Bill Clinton siguió la misma línea. El analista Thomas Frank dice que este partido ha fallado en ocuparse de la desigualdad del ingreso, que es el principal problema social y en cambio ha favorecido al sector industrial y financiero abandonando a los trabajadores a su suerte.

Esa integración de la economía de Estados Unidos en la globalización ha supuesto cerrar industrias y generar desempleo a cambio de abrirlas en otros países donde se paga menos por mano de obra generalmente no sindicalizada. Grandes centros industriales como Chicago o Filadelfia agonizan. Los trabajadores de la industria están en paro. Los que han encontrado un trabajo es de menos cualificación y salario más bajo. Muchos viven en pueblos acosados por la contaminación industrial. Sus hijos se enfrentan a la precariedad. Por otro lado, el sector rural se encuentra en crisis debido a la competencia internacional y la mecanización que expulsa mano de obra. El 13.5% de la población, o sea 43.1 millones de personas viven por debajo de la línea de pobreza.

Trump ha sabido rentabilizar esta crisis atacando la globalización y especialmente los acuerdos de libre comercio, de los que desconfían millones de personas, predicando que Estados Unidos volverá a “ser grande otra vez”. Hillary Clinton ha tenido que frenar su entusiasmo por esa integración en la globalización, que fue poderosamente impulsada durante la presidencia de su esposo y ahora enfatiza la creación de empleo local a través de inversiones estatales.

Pero ni el vago programa económico de Trump ni las medidas para revitalizar la economía de Clinton serán viables en el medio plazo. La economía del país se encuentra en una situación de fragilidad e inercia que será difícil de deshacer a la vez que se acelera la concentración en oligopolios.
La crisis interna se refleja también en la falta de legitimidad que Estados Unidos ha perdido internacionalmente. En un mundo de múltiples potencias, su poder está especialmente disputado por China y Rusia al tiempo que carece de la capacidad para imponer su voluntad política como en el pasado, como se aprecia en las crisis de Ucrania-Crimea y Siria o en el reciente anuncio del presidente de Filipinas de cerrar las bases de Estados Unidos en su país y acercarse a China.

La fragmentación

El otro gran problema de Estados Unidos es la fragmentación social entre organizaciones anti estatales como el Tea Party; grupos que mezclan religión, conservadurismo y negocios; agrupaciones contra el aborto legal, la educación secular y el matrimonio gay; asociaciones armadas contra los inmigrantes; la National Rifle Association que lucha contra todo control del estado sobre posesión de armas; y asociaciones racistas supremacistas que promueven la lucha de los blancos contra el crecimiento demográfico de latinos y negros. Por otro lado, aumenta el peso político del movimiento Black Lives Matter contra la represión e impunidad policial hacia la población negra.
La desigualdad económica y la fragmentación social producen rupturas del pacto social entre ciudadanos y estado. El historiador Daniel Rodgers indica que la idea que existe un cuerpo o espacio social que une a todos los ciudadanos y en el que se delibera sobre los problemas comunes ha sido desplazada por un creciente individualismo cuya máxima expresión es Donald Trump y su política auto referencial. Él se ha formado a sí mismo, no necesita a nadie y sea cuál sea el problema “se ocupará de ello”.
Por otro lado, Rodgers explica que la expansión y dispersión de las fuentes de información debido a las redes sociales y nuevas formas de comunicación han llevado a una ruptura del Estado como referente de datos fiables, produciendo un cuestionamiento continuo de la veracidad de cifras y hechos. Trump puede lanzar mentiras sobre cuestiones tan diversas como cifras de desempleo, la nacionalidad del presidente Obama (alegando que es extranjero) o que el padre de uno de sus contrincantes en el Partido Republicano estuvo implicado en la muerte de John F. Kennedy.
Una gran masa de ciudadanos está dispuesta a creer en ellas porque han perdido la confianza en los referentes tradicionales, bien sea el Estado, los medios tradicionales de comunicación periodística (como el New York Times) o los académicos, todos vistos como actores aliados de la élite. A la vez, cada ciudadano no busca en la información conocimiento racional sino una confirmación subjetiva de sus opiniones. La conclusión de Rodgers es que “cuando toda la política es algo personal y los datos se basan en las preferencias de los votantes, entonces la política desaparece”.

El resentimiento

El tercer problema que enfrenta Estados Unidos es el deterioro de las normas de la deliberación en el debate público. Trump es el resultado de la tendencia vigente desde la década de 1980 de romper progresivamente en y desde determinados medios de comunicación (como Fox News) las reglas del respeto, la veracidad y el diálogo democrático. El candidato republicano ha vuelto legítimo lo que hasta hace unos años era impensable en la esfera pública y especialmente en el terreno político.
Trump reivindica la incorrección política, especialmente para cultivar el voto de los hombres conservadores frente a las mujeres y sus avances en igualdad de derechos y su papel en la sociedad. Para el candidato republicano la mujer es un objeto sexual que se puede comprar o poseer sin restricciones. Un siglo de reivindicaciones de derechos y al menos 50 años de feminismo son puestos en cuestión.
Igualmente, el candidato republicano no tiene reparos en mostrarse racista frente a los inmigrantes provenientes de América Latina y los musulmanes. Aunque muchos sean ciudadanos estadounidenses, el hecho de ser latinos o árabes les pone bajo su sospecha. La tradición racista que antes fue contra los indios, los negros y los judíos ahora se perpetúa con nuevas formas contra trabajadores mexicanos y refugiados sirios.

El anti político

Pero quizá el mayor acierto de la campaña de Donald Trump es presentarse como el candidato a Presidente contrario a la clase política, luego de haber usado al Partido Republicano para situarse en la carrera electoral.
Cuando hace dos semanas salieron a la luz sus vulgares formas al referirse a las mujeres, varios líderes republicanos le quitaron el apoyo. Trump aprovechó para decir que sin las barreras de contención del partido les daría una lección. Y en un discurso el 2 de noviembre afirmó que cuando gane irá con sus partidarios a Washington a barrer con los políticos. Pese a este choque, con el fin de evitar que Clinton llegue a la Casa Blanca, tanto líderes como votantes republicanos están decididos a dar su apoyo a Trump.
En este marco de ruptura del pacto social, Clinton es el objetivo de quienes la odian por ser parte de la élite política y económica (especialmente por sus conexiones con Wall Street) y los que la rechazan por ser una mujer profesional, triunfadora e inteligente. Los insultos de los partidarios de Trump hacia ella, y las amenazas del candidato de llevarla a la cárcel si llega a la Casa Blanca mezclan un brutal machismo con rechazo hacia las reglas legales y las divisiones entre poder ejecutivo y judicial.

Bloqueo en el Congreso

Gane o pierda, Donald Trump ha situado en el mapa político a millones de personas enfadadas y resentidas que están dispuestas a votar por un egocéntrico empresario con tal de desafiar a la élite. El Partido Republicano difícilmente se recuperará de la crisis que, en gran parte, ha creado. Muchos de sus políticos prefieren que gane Clinton pero quieren al mismo tiempo preservar la mayoría en el Congreso, lo les permitiría bloquear toda iniciativa presidencial. Con Obama han tenido un poder de veto que impidió hacer muchas necesarias reformas. Así se frustró el plan nacional para renovar las caducas infraestructuras aumentando los impuestos a los ricos, aprobar leyes de protección de la infancia y de los desempleados menos cualificados.
Benjamin Friedman, profesor de la Universidad de Harvard, considera que gane quien gane no habrá crecimiento económico y la desigualdad se incrementará. “El estancamiento del ingreso y de los niveles de vida de la mayoría de las familias que ha ocurrido durante la década y media pasada va a persistir, y con ello crecerá el descontento que se ha hecho tan evidente en la vida política”.http://www.nybooks.com/articles/2016/11/10/on-the-election-iii/

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Mariano Aguirre es Senior Advisor en el Norwegian Centre for Conflict Resolution (Oslo).

 

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